Revista
Por Dr. Javier de la Cruz Pérez, Director del Máster Universitario en Ortodoncia de la Universidad Alfonso X El Sabio (UAX), Jefe de Estudios del Grado en Odontología de la UAX, Profesor Coordinador de la asignatura Ortodoncia II del Grado en Odontología en la UAX y miembro del Comité Científico de DM El Dentista Moderno.
Ha pasado ya más de un año desde el comienzo de los rumores sobre una nueva enfermedad infecciosa en Wuhan. Rumores que, a pesar de los primeros intentos de censura por el gobierno chino, en pocos días se vieron confirmados debido a la gran tasa de contagio y letalidad de un nuevo virus: el COVID-19 que, rápidamente convertido en pandemia, ha conseguido que todos lo conozcamos mejor que a su primo, el virus del resfriado común.
No voy a contar nada que no sepamos todos, simplemente constatar el cambio que ha sufrido nuestra vida, la gravedad de la enfermedad en ciertos tramos de edad, sus efectos a largo plazo, su alta tasa de contagio, el desconocimiento de cómo actúa verdaderamente, los vaivenes de las decisiones políticas, la escasez de vacunas, la crisis económica causada por el confinamiento…
Sin embargo, la vida sigue y todos, incluidos los más pequeños, nos hemos ido adaptando, como otras generaciones también lo hicieron a hambrunas, pestes, pandemias de gripe y guerras locales o mundiales.
La vida sigue, digo, con sus dolores de muelas, sus caries, sus problemas periodontales y sus maloclusiones; y nosotros, los dentistas, tras las primeras vacilaciones, hemos seguido trabajando con ligeras modificaciones para evitar contagios; aunque para ello éramos los mejor preparados, entrenados por el VIH y el virus de la hepatitis B, hace años que todos usábamos mascarillas y gafas de protección ocular.
Nosotros, odontólogos y estomatólogos, conociendo bien el significado de los aerosoles y su importancia en las infecciones, a pesar de los mensajes de la OMS en sentido contrario, solo tuvimos que implementar la protección a nuestra indumentaria, por si los fómites, y modificar las salas de espera y la agenda de citas para evitar aglomeraciones. No conozco la incidencia de COVID en dentistas por contagio en consulta, pero estoy convencido de que es mucho menor que la del resto de sanitarios, a pesar de trabajar a menos de 50 cm de unas vías aéreas sin protección y con aerosoles entrando y saliendo de la boca del paciente.
A todo ello, he de añadir que, tras un lógico titubeo inicial, el Colegio de Odontólogos y Estomatólogos (al menos el de Madrid) empezó a dar las pautas de comportamiento oportunas, según les iban llegando de las autoridades sanitarias y, por último, de forma silenciosa, sin publicidad que le otorgue medallas, ha comenzado a vacunarnos a todos, iniciando la campaña de vacunación antes que el Colegio de Médicos, que es quien ha acaparado las loas en los medios de comunicación.
No suelo ser amigo de alabanzas, de hecho, todo lo contrario, tomo habitualmente una actitud crítica, pero no me duelen prendas decir que, por fin, me siento orgulloso de estar colegiado en el COEM y he visto lo útil que puede ser la nueva sede.
Compañeros, lo habéis hecho muy bien, eficazmente, sin esperas, con eficiencia. Mis felicitaciones a la Junta de Gobierno.
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