Revista
Por: Dra. Silvia Álava Sordo
Después de dos años llevando puesta la mascarilla llega el momento de quitársela. Este gesto no va a significar lo mismo para todos. Mientras hay personas que les va a suponer un alivio, porque llevaban mucho tiempo deseando quitarse la mascarilla; otras, sin embargo, seguirán con ella puesta. El motivo puede ser muy diferente. No obstante, es importante conocer la causa y, sobre todo, la emoción que subyace ante el hecho de no quererse quitarse el “cubrebocas”. En función de esta emoción, actuaremos de forma diferente como profesionales.
Hay personas que aún sienten mucho miedo. El mensaje que llevamos dos años escuchando es que las mascarillas, junto al lavado de manos y la distancia de seguridad, es lo que nos está evitando el contagio. Por tanto, es lógico y lícito que muchas personas sientan miedo a contagiarse, o que sientan que quitarse la mascarilla es como quitarse los escudos protectores ante el coronavirus.
Hay otras personas que sienten vergüenza, que tienen algún tipo de complejo y les cuesta mostrar su rostro. Están inseguras y tienen a magnificar algunos aspectos de su físico, como granitos, marcas en la cara, y sobre todo las relacionadas con la boca. Unos labios finos, unos dientes descolocados…. Durante dos años se sintieron seguros al llevar parte de su rostro cubierto y ahora que llega el momento de destaparlo sienten que el resto de las personas van a juzgarlas y a criticar sus defectos.
Trasmitir las emociones se ha convertido en algo mucho más complicado desde que llevamos la boca tapada. Las emociones se sienten en el cuerpo y se expresan principalmente en la cara. Y donde más nos fijamos es en la boca. La boca, junto con los ojos, son fundamentales para trasmitir emociones. Esto ha hecho que personas más tímidas o inseguras sintiesen una falsa sensación de seguridad, porque notaban que estaban menos expuestas. Pensaban que a los demás les sería más complicado percibir las emociones o que, por ejemplo, si se ponían “rojos”, el resto de personas, no lo iban a notar. Por eso el tener que quitarse de nuevo la mascarilla les supone un reto. Dejan de sentir el alivio de pensar que los demás no van a ver cómo reacciono.
No, en absoluto. Las personas mayores son más propensas a no quererse quitar la mascarilla por miedo. Mientras que entre la gente joven el motivo de no querer quitarse el cubrebocas suele ser más por vergüenza, por no tener que enfrentarse a sus complejos e inseguridades.
Hay personas que comenzaron la pandemia siendo niños y que para cuando ya se han podido quitar la mascarilla son adolescentes. Su cuerpo y su rostro ha cambiado. Pero las personas que les rodean, principalmente los compañeros de clase, no han ido viendo esos cambios paulatinos. Por eso, ahora que llega el momento de quitarse la mascarilla a muchos les cuesta, porque ya tienen “bigote”, acné… Dejaron de ser niños y temen que sus compañeros no les reconozcan e incluso se rían de ellos.
Los chicos y chicas de primero y segundo de la ESO no han conocido a sus compañeros de instituto sin mascarilla. Muchos de ellos no conocen el rostro completo de los demás. Y es lógico pensar que sientan un poco de vergüenza o de incertidumbre cuando sus compañeros vean su cara. Además, las personas a las que hemos conocido con mascarilla, nos cuesta reconocerlas sin ella. Nos sorprende su rostro. Sólo hemos visto su frente y sus ojos, y el resto de su cara, su nariz y su boca, nos la hemos imaginado. Y la mayor parte de las veces ese ejercicio de imaginación no se corresponde con la realidad.
1. En primer lugar, hay que averiguar la emoción que hay detrás, como hemos dicho, no actuaremos igual ante la persona que sienta miedo que ante la que sienta vergüenza o inseguridad.
2. Una vez que somos conscientes de la emoción que está provocando esta conducta, es el momento de validarla. Decir “no pasa nada, no tengas miedo, no es para tanto…” implica que la persona va a sentir que su emoción no es lícita, que se está sintiendo de forma incorrecta y que además le están juzgando por ello. Es mejor decir, “entiendo que tengas miedo, es normal tenerlo. Llevamos mucho tiempo escuchando que es necesaria y es normal sentir reparo a quitársela”. O “entiendo que de vergüenza”.
3. En función del origen actuaremos de forma diferente. Si el motivo de seguir con la mascarilla es el miedo, habrá que trabajar esa emoción, entender las causas de ese miedo e ir afrontándolo poco a poco. Quizás empezando por quitarse la mascarilla cuando hay poca gente, cuando se puede guardar distancia, cuando estamos en exteriores, o esperando a ver que la incidencia realmente no ha subido.
Si lo que ocurre es que se prefiere seguir con la mascarilla por inseguridad, es el momento de trabajar la seguridad personal y aceptar nuestro cuerpo tal y como es para superar los complejos.
En el caso de que el origen sea la vergüenza, además de trabajar la seguridad, es necesario sentir que las personas no son tan críticas como nos imaginamos, que tendemos a magnificar nuestros defectos y que muchas veces pasan desapercibidos a los demás, o simplemente no les dan importancia.
4. Recordar que quitarse la mascarilla no es obligatorio. Desde el 20 de abril se puede estar sin ellas en interiores, siempre y cuando no sea una residencia, un centro sanitario. Pero eso no significa que sea obligatorio. Si la persona no quiere, no es necesario quitársela. Respetemos todas las opciones.
Llegado este punto muchas personas se plantearán el acudir a un especialista para así lucir su mejor sonrisa. En este caso es importante además de realizar una valoración a nivel odontológico, averiguar cuál es el motivo de querer hacer ese cambio. ¿Es necesario? ¿Es por estética? ¿O es porque nos comparamos con los demás, con las sonrisas que se ven en las redes sociales?
Es lícito y comprensible querer vernos guapos y para eso la sonrisa y los dientes son fundamentales. El problema podría estar cuando la persona no lo hace desde el propio convencimiento, sino que lo hace para mostrárselo a los demás, por la comparación social, el querer ser más que los demás.
Además, es importante dejarse aconsejar por los profesionales. Cada día nos encontramos con más personas que piden sonrisas de anuncio, o de Instagram, que están muy alejadas de la realidad y que incluso no les van a quedar bien con su fisonomía facial. Que incluso pueden presentar un disformismo corporal que les hace preocuparse demasiado por su aspecto y en los que están desaconsejados los tratamientos estéticos o la cirugía, y que deberían ser derivados a salud mental.
Ante estas situaciones el profesional debe anteponer su ética deontológica y advertir al cliente de las posibles consecuencias, aconsejando una reflexión previa antes de tomar la última decisión.
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